Primero, en cuanto a la falta de educación, parece claro que, al menos en zonas urbanas, la mayoría de las jóvenes conocen de la existencia de métodos anticonceptivos. Y en cuanto al acceso a estos, aún en circunstancias adversas, una persona con afiliación al régimen subsidiado de salud tiene el derecho de pedir a su EPS-S la entrega de los métodos anticonceptivos.
La gente conoce este derecho y aún así no lo ejerce. Parece ser que las trabas que ponen los prestadores del servicio de salud inciden fuertemente en esta conducta. En un reportaje de Séptimo Día, se presentó el caso de una joven que duró tres meses pidiendo a su EPS-S los métodos anticonceptivos que requería, pedido que no tuvo respuesta positiva. Como es normal, la joven se cansó de hacer colas y finalmente terminó por desistir, con las consecuencias que todos podemos imaginar.
Por otro lado, la degeneración de la moral social no parece ser la causante. ¿Por qué? La respuesta es más simple de lo que los defensores de la moral nos quieren dejar ver. Históricamente, las mujeres han tenido hijos a muy tempranas edades. Las abuelas y bisabuelas tenían hijos incluso antes de los 16 años. La diferencia radica en que hoy no se casan con los padres de sus hijos. Si el comportamiento es el mismo, entonces ¿Cuál es el cambio que permite hablar de una degeneración de la moral? ¿Acaso el problema de tener hijos sin poderles dar las mínimas condiciones de vida desaparece si ocurre dentro de una familia constituida legalmente?
Hay una explicación que nadie parece darle suficiente importancia. Culturalmente somos proclives a respetar más a una mujer con hijos que a una sin hijos. Esto, según muestran varios estudios, causa muy buena parte de los embarazos adolescentes. El tener un hijo, hace que las adolescentes cambien la condición de hijas de un hogar por la condición de cabezas de uno. Con todo lo raro que pueda sonar eso, así ocurre.
El tema cultural no lo podemos cambiar rápidamente con políticas públicas. De hecho, esas políticas tienen un impacto muy lento, cuando lo tienen, en los comportamientos de una sociedad. Sin embargo, el conocimiento y acceso a los métodos anticonceptivos para aquellas parejas que deseen usarlos, es algo que podemos impactar fácilmente.
No se trata de dar más dinero a las entidades de salud para que los entreguen. Los recursos ya están y esa es su obligación. Sin embargo, no parecen tener el incentivo necesario para llevar a cabo su obligatoria misión. Ahí es donde entra el aborto.
No es el ánimo acá, defender el aborto como un mecanismo de anticoncepción, aunque en casos de emergencia no debería haber mayores trabas para las mujeres que se lo deseen efectuar. Lo que se quiere defender es un alineamiento de los incentivos.
Si uno es el gerente de una EPS y le dan dos opciones: entregar anticonceptivos o practicar abortos, ¿cuál es la opción que más le conviene? La respuesta obvia es: entregar anticonceptivos, pues los abortos son riesgosos e infinitamente más caros. Entre un aborto que podría costar, al menos, un millón de pesos, y un anticonceptivo que cuesta a lo sumo $5.000, es fácil decidir.
De paso, el incentivo que tienen hoy a no entregarlos desaparece. Hoy, si una mujer del régimen subsidiado tiene un hijo, este queda afiliado al mismo régimen. De ahí, la EPS-S puede cobrar el costo de la afiliación tanto de la madre como del niño. En un mundo con abortos legales, esto no ocurriría. Nunca habría hijo y consecuentemente la afiliación no se le podría cobrar al Estado, en cambio, sí habría aborto al alto costo descrito. Entonces, la EPS-S preferiría entregar condones.
De esta forma, no sólo se estaría mejorando la posición de la sociedad. No sólo se evitarían embarazos, sino que se disminuirían el número total de abortos, pues nunca habría habido lugar al embarazo inicial. El sistema de salud estaría en mejor condición de responder y las familias en condición de vulnerabilidad podrían decidir el número de hijos, lo que les permitiría salir más fácilmente de su condición de pobreza.