Monday, November 27, 2006

Del Horror y la Esperanza

Vor der Kaserne
Vor dem großen Tor
Stand eine Lanterne
Und steht sie noch davor
So wollen wir uns wieder seh'n
Bei der Lanterne wollen wir steh'n
Wie einst Lili Marleen.


Así cantaban los soldados de la Segunda Guerra Mundial. Es la historia de un soldado, cuya amada, Lili Marleen, lo espera bajo la luz del cuartel. Esta mujer representa la esperanza del soldado. Representa el amor por la vida. El anhelo por un futuro sin guerra.

No podría encontrarse una mejor descripción del sentimiento que me embarga en estos momentos. Como es sabido por todos, en las últimas semanas los escándalos sobre nexos entre políticos principales y grupos armados ilegales han aparecido en las páginas de todas las publicaciones periodísticas.

La esperanza que me atiende, no es más que la ilusión de ver una Colombia en la que el progreso, con todos los ideales de igualdad, justicia y desarrollo que conlleva, no se vea salpicado por las máculas de las actividades más bajas que contempla la condición humana.

No es fácil, para un espíritu libre, entender las razones que nos llevan a los colombianos a dedicarnos a las actividades más inoficiosas. Durante las últimas décadas, nos hemos dedicado a alimentar la avaricia, la búsqueda rápida y poco esforzada de posición social. Hemos ensalzado la consecución de riqueza por mecanismos ilegales. Hemos perdido el respeto por la intelectualidad. Hemos destruido la idea de dignidad hasta el punto de parecernos ridícula. Hemos violado sistemáticamente nuestros principios. Los principios liberales, justos e igualitarios sobre los que se construyó inicialmente el país. Vergüenza sentirían nuestros fundadores liberales al ver el estado al que hemos llegado.

Aunque hemos avanzado en términos sociales y de desarrollo, el respeto por la vida humana va en decadencia. La tasa de homicidios por 100.000 habitantes mantiene un nivel de crecimiento, aunque discreto, positivo; y por lo tanto preocupante desde la década de 1930 hasta nuestros días. Cuando los abuelos dicen que todo tiempo pasado fue mejor tienen razón. Antaño la gente no tenía derechos económicos, pero tenían derecho a la vida.

La falta de memoria que aqueja a nuestra sociedad, no puede ser descrita de otra forma que como mezquina. Ha generado la posibilidad de repetir con el beneplácito social, las peores formas de apropiación y extracción de rentas por parte de los privados. Esos privados que son muy pocos y defienden aguerridamente su libertad.

La desaprobación de ese tipo de conductas parece no ser necesaria. Los colombianos pensamos que los grupos ilegales se pueden catalogar entre malos y no tan malos, cuando lo cierto es que todos son igual de perjudiciales.

De hecho a los grupos ilegales se les debe buena parte de la poca disminución de la pobreza en los últimos años como lo demuestran varios trabajos académicos. Son responsables de la destrucción del poco capital físico nacional, que se debe reponer con el bajo ahorro interno, es decir: son responsables, en el largo plazo, de las bajas tasas de crecimiento que presenta la economía. Y lo que es peor de todo, son responsables de la destrucción del capital humano.

Cuando el Estado invierte en educación está entregándoles a los más pobres el generador de flujo de caja más importante que ha conocido la humanidad. En general, la educación tiene tasas de retorno del orden del 400% (en periodos iguales a los invertidos) y no sólo eso, sino que no se no se deprecia sino hasta pasada más de la mitad de la esperanza de vida del individuo. Pero esto a nadie le importa. A nadie le parece necesario denunciar esto. Los medios sólo se han dedicado a crear escándalos y a vender pauta. Qué más se espera de un país con esa población.

El propósito de esta columna, no fue otro que describir y calificar. No presenta argumentos ni soluciones. No es más que una invitación a la reflexión. Esa reflexión junto con las conclusiones de cada ciudadano y la creación de memoria nacional, es la única solución a este desagradable e ignominioso proceso histórico en el que se encuentra el país.

Mi abuela decía que la gente tiene lo que se merece. Ojalá los colombianos no sigamos en la modorra que nos hace merecedores de esta aberración.

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