Monday, July 12, 2010

Impuestos y crecimiento

Contrario al saber popular, más impuestos no siempre equivale a una torta más pequeña.

Mucha agua ha corrido debajo del puente después de estas elecciones. Ya se han empezado a olvidar las promesas de los candidatos y el ganador, ad portas de su posesión, ha empezado a formar gobierno. Ya hace parte del pasado aquella propuesta de subir o no impuestos; subir o no tarifas; y subir o no recaudo.

La cosa parece simple, el Gobierno Nacional presentó el año pasado la poco despreciable cifra de más de $20 billones de déficit, algo cercano al 4.2% del PIB. Ese déficit hay que financiarlo. Seguirnos endeudando eternamente replicaría el comportamiento de una familia que todos los meses pide prestado. Al final, esa familia quiebra. Al final, el país quiebra.

En este escenario la cosa es simple: o gastamos menos o conseguimos más plata. Una solución tan simple como gastar menos no parece posible. Aún no equiparamos los POS y ya la salud esta quebrada. Aún no reparamos a las victimas de la violencia -cuatro millones de personas- y ya tenemos déficit. Aún no construimos las carreteras que nos permitirán crecer y ya no nos alcanza la plata. Hay que gastar más, y hay que gastar financiado. Para esto queda entonces la salida de aumentar el recaudo, aumentar los impuestos.

La economía ha defendido durante muchos años la idea de que si uno pone a mucha gente a votar, en promedio van a dar una respuesta acertada. Por ejemplo, habrá algunos que se equivocaran en exceso y otros que se equivocaran en defecto, y todos lo harán siempre con la misma probabilidad, pero aquellos pocos que conocen la verdadera respuesta, al tener una frecuencia marginalmente mayor a la de los equivocados, tendrán la victoria. En un libro muy recomendado, que leí hace unos años (The Myth of the Rational Voter), Bryan Caplan dice que cuando la gente está convencida de una falacia, la decisión que toman por votación es mala.

Pues bien, el caso de los impuestos es uno de esos en los que la gente se deja confundir por falacias altisonantes. No es cierto, por ejemplo, que una reducción de los impuestos aumente la actividad económica y termine redundando en mayores recaudos para el gobierno. Las investigaciones económicas muestran que eso solo ocurre cuando existen tasas de tributación efectivas cercanas al 70%, es decir, que de lo que la gente gana le quitan efectivamente el 70%. En Colombia, con una tasa nominal del 30% y una efectiva ostensiblemente inferior, difícilmente estamos en ese mundo.

Otra idea que ronda mucho la cabeza de los electores, es que el Estado gasta mal. Esto no es del todo falso, el Estado, como muchos privados, sufre ineficiencias, bota plata. Pero el Estado, a diferencia de los privados, provee bienes que de otra forma no existirían. Eduación para los pobres, bibliotecas en barrios deprimidos, salud subsidiada. Todas estas cosas suenan a gasto, a plata botada, pero no lo son.

Resulta que estos bienes, para la sociedad, generan un mayor beneficio, que su costo. Sin embargo, ese beneficio no es apropiable. Explico: dar educación gratuita para todo el mundo es algo que difícilmente haría un privado. Uno educa a alguien y esa persona se va, llevándose consigo las ganancias de la educación y dejando el costo. Pero cuando se piensa como sociedad, esa persona va a producir mucho más que lo que costo educarla. Es decir, que esa persona le generará un beneficio a la sociedad. De esta forma, es rentable para la sociedad -y para el Estado- educar a la gente.

Lo mismo ocurre con la salud -la gente que se enferma menos es más productiva; la vivienda -personas con casa son sujetos de crédito, lo que mueve la economía, al tiempo que mejora la calidad de vida y disminuye el impacto sobre el sistema de salud; la infraestructura -no es negocio hacer una carretera para transportar caña, pero si lo es si además de caña se transportan todos los bienes de una sociedad.

En este sentido, si el gasto está bien enfocado y es eficiente, puede ocurrir que los beneficios sean mayores a los costos. Esto es: que como sociedad, ganemos más de lo que pagamos en impuestos para financiar ese gasto.

Por esta razón, el muy próximo debate sobre la necesaria reforma tributaria que se nos viene, no debe ser sobre el tamaño de la tajada que el gobierno nos va a quitar. Mucho mejor sería que se debatiera sobre la eficiencia del gasto que se pretende financiar.

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